Con los brazos extendidos hacia adelante, cierra un ojo e intenta juntar la punta de los dedos. Es difícil.
Con un ojo cerrado, algo tan sencillo como estimar las distancias se convierte en una odisea.
La razón es que nuestro cerebro se aprovecha de que cada uno de los ojos posee un punto de vista ligeramente distinto para conformar la visión tridimensional.
Pero al cerrar un ojo, el cerebro ya no puede ver en tres dimensiones, y eso afecta a nuestra capacidad de acertar con las distancias.
Experimentos con tu cuerpo: la vista y el tacto
Enrolla una hoja, colócala delante del ojo y pon la palma de la mano a su lado.
Si con los dos ojos abiertos desplazas la mano pegada al tubo lentamente, llegará un momento en que parezca agujereada.
El cerebro forma la visión combinando las imágenes captadas por cada uno de los ojos.
En la mayoría de los casos las imágenes son muy parecidas, y combinarlas no da problemas.
Pero en esta ocasión, lo que ven ambos ojos por separado difiere, y el cerebro, al procesar ambas imágenes como está acostumbrado, lo único que consigue es perforar la mano.
Experimentos con tu cuerpo: el brazo que sube solo
Apóyate con un brazo contra la pared e intenta subirlo con todas tus fuerzas.
Tras un par de minutos de esfuerzo, sepárate y comprobarás cómo el brazo ‘relajado’ se empecina en subir sin que nadie se lo ordene.
Este efecto se conoce como la ilusión de Kohnstamm y depende de la memoria motora.
El brazo sigue haciendo fuerza, porque el cerebro y el músculo se habían acostumbrado a ello y tardan unos segundos en quitar el ‘piloto automático’ y adaptarse ante la nueva situación.
Fuente: quo.
Tomado de: http://blogs.unica.cu/ntic